En esta fiesta de la Epifanía del Señor celebramos el momento en el que el Niño de Belén se muestra a unas personas extranjeras que se habían esforzado mucho para poder encontrarle (los Reyes Magos). Que el Dios de Israel se apareciera a unas personas no judías tenía que parecer a muchos judíos, en aquella época, algo raro y hasta escandaloso. El pueblo de la promesa era Israel y ninguno más. Sólo a ellos, a sus profetas, a sus sacerdotes y a sus reyes, les había hablado el Señor. Sólo al pueblo de Israel había prometido Yahvé su protección, su alianza y su continuo amor. Ni Herodes, ni ninguno de los sabios de Jerusalén habían detectado el nacimiento encarnado de Dios en un niño nacido en Belén. Es verdad que ellos no le habían buscado, porque no necesitaban buscarle, porque ellos lo conocían ya, lo adoraban como a su único Dios desde tiempos inmemoriales. La fiesta de la Epifanía del Señor nos dice que Dios encuentra al que le busca, al que busca su rostro. Dar igual ser judío o gentil, rey o barrendero. Si nosotros buscamos al Señor, él nos encuentra. Y cuando el Señor nos encuentra se nos llena el alma de alegría, el corazón de gozo. Y sentimos la necesidad de comunicar el gozo del encuentro a los demás, a todas las personas que amamos. La fiesta de la epifanía del Señor nos anima a buscar siempre a Dios y a ser anunciadores y evangelizadores de su presencia entre nosotros.
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